martes, 30 de septiembre de 2008

El Árbol Urgente

-
Ha llegado el invierno eh…
- Sí, parece que sí - Me dijo Aimar.
El primer cierzo de la temporada nos dio en la cara al salir de la facultad. Yo me abroché el abrigo
hasta el último botón mientras me sacudía por el efecto del frío recién estrenado de otoño. Con la cámara colgada del hombro, tenía la misión de encontrar el árbol perfecto, pero creía que iba a ser una labor imposible. Demasiado tarde, demasiada urgencia.
Aimar más urgente que la situación: - Aquí hay un montón, no vas a tener problema. Esos pinos por ejemplo.
- A mí me gustan los granates - Le dije a mi amigo.

Todavía ignoro el nombre de esos árboles de color rojizo que aparecen de vez en cuando entre la extensa varied
ad del campus universitario. Pensé que podría sacar partido a su color bajo el sol de la tarde; pero todavía estaba indecisa.
-¿Un árbol? No entiendo qué interés puede tener
fotografiar a un árbol,la verdad…
Además, seguro que el tuyo es mucho más bonito…No he tenido tiempo de encontrar ninguno interesante…
Aimar tenía más ganas que yo de encontrar ese bendito árbol y acabar con aquello.
-¡Ahí están! Tien
es para elegir.
Y allí estaban. Nada más bajar las escaleras de la explanada de
Ciencias Sociales. Tres árboles granates. Uno detrás de otro. Haciendo chispas contra la luz del sol y el viento, como lentejuelas. Así que saqué la cámara y empecé a buscar a través de ella. Me dio vergüenza, porque había grupos de chicos tirados en el césped, probablemente estudiantes de Económicas, que me miraban sorprendidos.
Y de repente, el pudor despareció. Sin darme cuenta, me imbuí en la tarea de retratar aquella planta de tal manera
que perdí la noción de lo que sucedía a mi alrededor, más allá de
mi árbol, mi cámara y yo. Un apequeña hoja olvidada en el tronco; una mosca que se posa en una rama; mi protagonista a lo lejos… Un sin fin de planos posibles, de miradas distintas, de retratos de un ser con mucha más vida de la que podía imaginar cuando me acerqué a él por primera vez. Aimar abrió un ojo cuando desaparacieron los últimos brazos del sol y empezó a sentir la hierba
húmeda y fría. - Lucía, ¿Me he dormido?